Nota publicada en 2002 en Pagina12, donde Alejandro pasea su pensamiento por diversas letras de Tango.
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Dolina canta el tango
Flaco, popular, tanguero, un inesperado éxito que ya amenaza ser tradición, Dolina habló de sus males de amores en una suerte de juego de asociación. Los disparadores para la asociación libre fueron, por supuesto, versos de viejas milongas.
Por María Esther Gilio
–Creo que usted podría figurar en el Guinness por su capacidad asociativa. Eso pienso cada vez que escucho cómo gira y se remonta hasta los más remotos lugares, a partir de una idea, a menudo muy simple. Usted puede, partiendo de una sopa de cebolla, llegar a la condena de Antígona. Sin salto, claro. Sino a través de un hábil, suave deslizamiento.
–Entonces... ¿qué me propone?
–Yo le digo una frase de un tango y usted me dice qué le recuerda, qué le sugiere.
–¿Y si no resulta?
–No estamos en el cine. Si no resulta no va. Empiezo. De Cadícamo, “A pan y agua”. “Cuántos años han pasado,/ parece que fue ayer,/ ¿dónde está la que amé,/ dónde está la que olvidé?”
–Sí...
–¿Hay muchas mujeres olvidadas en su vida?
–Yo no puedo olvidar nunca. Lo cual no quiere decir más que eso. La ausencia de olvido no necesariamente es amor. Sé que no olvido y sé que, a veces, no puedo completar mis ausencias. Es como si toda ausencia fuera para mí imperfecta. Nadie termina de irse del todo de mi vida.
–¿Eso es bueno?
–En algún caso puede ser bueno. Los afectos no mueren. Pero parece bueno de afuera. En general sería preferible –para no ingresar en los terrenos pantanosos de la locura– que algunas ausencias fueran perfectas.
–Perfectas como ausencias.
–Sí, perfectas, desapareció, no está. La ausencia imperfecta es la de los fantasmas que están aunque se han ido. Que se han ido pero aparecen. Para el hombre de sentimiento, el hombre que sabe amar, a veces, es indispensable que la ausencia sea perfecta.
–¿Y la otra parte? “¿A dónde estará la que amé?”
–Todos alguna vez nos preguntamos eso. Y no porque queramos saber en qué lugar, sino quién será. ¿Quién será ahora?
–¿Y con quién?
–No, con quién no. Esa sería una curiosidad burguesa.
–No tiene celos retrospectivos.
–No, no. “Dónde andará” quiere decir “qué estará pensando, quién será ahora”. Y, no siempre nos preguntamos esto sobre personas que están lejos. A veces la persona está ahí frente a nosotros.
–Sí, eso pasa.
–Uno se pregunta por qué territorios andará. Pero volviendo a Cadícamo. Lo que él se preguntó es quién es ahora.
–De Le Pera, “Recuerdo Malevo”. “Florido tiempo que añoro./ Por tu camino de olvido/ viajan visiones que lloro,/ sueño querido que te alejás”.
–Ese tango lo canta Gardel en un mediometraje tal vez perdido que se llamó La casa es seria. Fíjese “Por tus caminos de olvido/ viajan visiones que lloro”. Muchos autores en lugar de “viajar” dicen “viejas”. “Viejas visiones que lloro.” Le Pera era un poeta interesantísimo. Fíjese. “Camino de olvido”. La vida es un camino de olvido.
–¿Es?
–Sí, es algo fatal.
–¿Qué es fatal?
–Que no recordemos, no recordar lo que nos pasó es no terminar de saber quiénes somos. Quiénes hemos sido.
–La vida entonces, es un camino de olvido.
–Sí. La mía, la suya, la de todos. Pero no es ese acierto de la metáfora lo que más me emociona. Lo que realmente me conmueve es la manera que Le Pera encontró para expresarla. Esto me produce un fuerte goce estético. La gente suele creer que las novelas emocionan cuando alprotagonista le pasa lo mismo que a uno o cuando el carácter de tal o cual personaje es semejante al propio. Cuando una novela o un poema nos gusta, es porque nos produce un goce estético. Y lo que nos produce el goce estético es la manera como algo fue expresado.
–Veamos “Sueño de barrilete”, de Eladia Blázquez. “En amores sólo tuve decepción./ Regalé por no vender mi corazón”. ¡Pobre Eladia! Seguramente este no es su caso. Forman legión las mujeres dispuestas a recibir su corazón.
–No, claro que no. A mí no me pasó. La verdad que en amores tuve muchas alegrías. Muchas más de las que he merecido.
–¿Cómo sabe cuánto merece?
–Aunque hubiera merecido mucho, las mujeres que hubo en mi vida fueron estupendas, extraordinarias todas. Lo que no me parece adecuado es la palabra decepción. En cuanto a mí... no he tenido decepciones. Tristeza sí. Uno entra en la tristeza porque una mujer ya no lo quiere. No lo quiere más y se aleja. Sin que juegue ahí la decepción. Decepción sería desayunarse uno con verdades que ignoraba. “Mirá, nunca te quise.” A mí me quisieron y cuando no me quisieron se fueron.
–¿Y cuando fue usted el que dejó de querer?, porque esta historia de que fue siempre la otra parte quien dejó de querer...
–Sí, sí, alguna vez yo dejé de querer.
–¿Aquí qué pasó con la otra parte? ¿Se fue?
–A veces no.
–Ah, eso sí que puede ser un problema. Usted dejó de querer pero la otra parte todavía quiere y cree que su amor volverá.
–Así pasó alguna vez. Así mismo.
–Mmm... Pasemos a Manzi y “Una taza de café”. “La tarde está muriendo detrás de la vidriera/ y pienso mientras tomo una taza de café.”
–Ya no existe esa clase de melancolía, me parece. Ha dado paso a otro sentimiento...
–¿Más amargo?
–Más sombrío, porque las grandes ciudades no dan tiempo a esa meditación solitaria del hombre que detrás de una vidriera contempla cómo muere la tarde. Casi nunca estamos solos. La presión de los acontecimientos es vulgar y brutal. Esa noble melancolía del hombre que veía morir la tarde detrás de una vidriera, y en eso veía tal vez, una alegoría de su propio fin, de lo pasajero de la vida...
–Usted piensa que ésta es una imagen del pasado.
–Sí, esta imagen de Manzi creo que pertenece al pasado. Ese hombre que piensa junto a la vidriera a partir de la caída de la tarde ha sido barrida por este otro hombre atropellado, agredido, condenado a vivir entre muchedumbres. La tristeza de este hombre es mucho más sombría, más amarga que la del hombre que en la soledad de un bar se preguntaba cuál era el sentido de la vida y qué habíamos venido a hacer a este mundo.
–Vayamos a “Volver”, de Le Pera. “Y aunque no quise el regreso,/ siempre se vuelve al primer amor.”
–Esto es hermoso ¿no? La prueba es que ya forma parte de nuestro lenguaje cotidiano.
–¿De qué manera se vuelve? ¿Uno sale a buscarlo?
–No, no, claro que no. Volver en el pensamiento, en el alma. Con cierta fidelidad cósmica que uno tiene por sus primeros amores, así como a sus grandes amores. Hay figuras amorosas que uno no consigue arrancar de la cabeza. Uno vuelve una y otra vez a pensar en ellas, con regresos involuntarios.
–De “Anclao en París”, de Cadícamo. “Lejano Buenos Aires,/ ¡qué lindo que has de estar!”
Dolina ríe con ganas. –Ese es un tango muy eficaz, cuando uno lo escucha fuera de Buenos Aires. Sí, sí, muy eficaz. Yo lo he escuchado lejos y me ha producido una gran emoción. Muchísima emoción. Pero... Esté segura de que Cadícamo lo escribió lejos de Buenos Aires. Allá las palabras seguramente le sonaron mucho más certeras de lo que le sonaron al regreso. Desde París, Buenos Aires aparece inalcanzable y ¡tanto mejor!
–Y ahora una de esas letras del pasado remoto. De Manuel Romero en el tango que llamó “Buenos Aires”: “Y a la salida de la milonga/ se oye una nena pidiendo pan”.
–Sí, tiene razón que es un tango de antes, que además suena a tango muy viejo. Sin embargo ¿cuál es la diferencia con lo que pasa ahora? Los chicos pidiendo están en todas partes. No sólo a la salida de la milonga. A la entrada, en el camino a la milonga, en los semáforos que nos agarran rumbo a la milonga. A la vuelta de la milonga. Siempre nos vamos a cruzar con chicos pidiendo. No ha envejecido ese tango porque tristemente la historia argentina se ha repetido.
–Yo creo que se ha agravado.
–No sé... ese tango debe ser del treinta, una década dura. Aunque no... es anterior. Tiene razón, se ha agravado.
–Y ahora otro tango sobre Buenos Aires. Me impresiona mucho el amor de los argentinos por Buenos Aires.
–No sé. Mejor que no me haga caso, pero me parece que ese amor está más en los tangos que en la vida cotidiana.
–¿Sí?
–No importa, ésta es una observación cínica. ¿Cuál es el tango?
–Cantata a Buenos Aires de Chico Novarro. “¿Cómo no hablar de Buenos Aires/ si es una forma de saber quién soy?”
–No, no comparto. No soy tan optimista. No comparto, dé vuelta la hoja.
–¡Y ahora...! de Alejandro Dolina: “Fantasmas de Belgrano”.
–No, no, yo era un chico. ¡No!
–“Era un fantasma que rodaba por Belgrano/ por esas calles/ de contramano... Que se robaba las neblinas del otoño./ Para ponerlas de alfombra en su bulín.”
–No, no, no. Yo era muy chico, y tan inepto como ahora. Así que no, no. Sin comentarios. No coments.
–“Sur”, de Homero Manzi. “Ya nunca me verás/ como me vieras/, recostado en la vidriera/, esperándote.”
–Después de un largo silencio. Esa es una imagen que cómo
desearía vivir de nuevo. Porque, en ciertos momentos de la vida, hasta las esperas son distintas. Uno hoy se cita de un modo diferente con las damas. Quienes suelen venir hoy con mayor puntualidad de lo que hacían en aquella juventud, de esperas dudosas, junto a la vidriera. Había una ansiedad...
–¿Usted sentía eso?
–Había una ansiedad que yo he perdido.
–¿La perdió y la añora?
–Sí, ha sido reemplazada por cierto cinismo. A mí me gustaría, a veces, sentir otra vez esa extraña e ingrata ansiedad. Sentir aquella dolorosa duda, “¿Vendrá?”, en lugar de esta certeza que hoy tengo.
–No se asombre de que la próxima dama –leída esta nota– lo deje esperando.
Dolina sonríe.
–Se ríe porque piensa que, a pesar de todo, no lo dejarán esperando.
–Nooo, ¿qué está diciendo? No soy tan seguro.
–Veamos este clásico de Homero Espósito, “Tristezas de la calle Corrientes”: “Triste sí.../ por ser nuestra/ tu alegría es tristeza/ y el dolor de la espera/ te atraviesa”.
–Esto es extraordinario porque descubre el valor que tiene, para el arte argentino, la tristeza. “Triste por ser nuestra.” Pero, además, esamezcla de alegría en la tristeza es otro acierto poético porque en la tristeza puede haber un cierto goce. No es que uno se complazca en el padecimiento. Pero no toda dicha está relacionada con la farra, con el baile, con la risa. Hay goces que son melancólicos. Pensemos en alguno de los grandes de la literatura. Leemos Crimen y castigo y sentimos un goce. Un goce que está vinculado con la tristeza, no con la alegría. La tristeza muchas veces ennoblece. Y, desde luego, que ambas, tristezas y alegrías, están mezcladas de un modo misterioso. Entonces ese párrafo del tango me parece sabio, muy sabio. Un pensamiento que subraya aquella acusación que se hace tantas veces al tango, de usar y abusar de la tristeza.
–Edgar Allan Poe decía que la melancolía es el tono poético más legítimo de todos.
–La poesía, la gran poesía al menos se basa no en lo que uno tiene, sino en lo que uno no tiene. La melancolía viene detrás de la ausencia. Se canta lo que no hay. Es muy raro encontrar un gran arte satisfecho.
–Nadie recordaría a Dante si solo hubiera escrito “El Paraíso”.
–La gloria de La Comedia es El Infierno.
–Pasemos a Celedonio Flores y “Margot”. “...no fue un guapo haragán y prepotente/ ni un cafisho veterano el que al vicio te largó/ vos rodaste por tu culpa/ y no fue inocentemente”.
–Es gracioso esto de Celedonio, de negar esa superstición popular, conforme a la cual detrás de cada prostituta, de cada linyera, hay una fuerza externa que los precipitó en el vicio. No, no fue nada que viniera de afuera, le gustaba. Hay una película de Nicolás Cage, no muy buena, en que al final el tipo se pelea con un asesino serial, el cual le dice: “Mire yo no tuve una madre que me castigaba, no fui violado. Fui bien criado, bien educado, me mandaron a un buen colegio. Hago esto porque me gusta a mí. No fui empujado. Yo soy así, soy asesino porque me gusta”. Cuando vi esa película me acordé del tango “Margot”.
–Y ahora “Malena”. Malena de Homero Manzi no podía faltar, Malena, que “tiene pena de bandoneón”.
–Mire qué curioso. A mí me contó Héctor Stamponi que Lucio Demare, el autor de la música, no creía mucho en ese tango. Y que se lo mostró una vez y le dijo “¿le gusta?”. “Sí, me gusta mucho”, dijo Stamponi. “A mí me parece medio pavo”, dijo Demare. Y bueno, ya ve, es un lindísimo tango.
–Y ahora un tango que habla de la “modestia” del hombre argentino. Madame Ivonne, de Enrique Cadícamo. “...un día llegó un argentino/ y a la francesita la hizo suspirar”.
–Trata no sólo de la “modestia”, sino también del sueño de todo argentino.
–Traerse una francesita que lo mantuviera.
–Por supuesto. Malos sueños argentinos. Un cafiolo es siempre un tipo execrable, así sea todo un personaje en la mitología tanguera.
–Hay un verso de “La casita de mis viejos”, de Enrique Cadícamo, que siempre me causó mucha gracia. “Las mujeres siempre son las que matan la ilusión.” ¿Somos?
–No, no. No es así. Las mujeres siempre son quienes las despiertan.
–No sea salamero con las argentinas.
–No, no es eso. No estuvo inspirado Enrique Cadícamo en este verso. La ilusión muere de muchas maneras. La vida es más compleja que eso.
–¿En qué estaría pensando Cadícamo cuando dijo esto?
–Imposible imaginarlo. Es una frase de peluquería, indigna de un gran poeta. Por otra parte, la letra de “La casita de mis viejos” tampoco es buena.
–“Acqueforte”, de Marambio Catán.
–Dolina canta: “Cuarenta años de vida me encadenan/ blanca la testa, viejo el corazón”. ¡Cuántos años!, un pibe. Si yo empecé a salir a los cuarenta años. Y éste ya con el pelo blanco. Vuelve a cantar: “Hoy puedoya mirar con mucha pena/ lo que otros años miré con devoción/ las pobres milongas/ dopadas de besos/ me miran extrañas/ con curiosidad/ ya no me conocen:/ estoy solo y viejo/ no hay luz en mis ojos:/ la vida se va...”
Hay algo curioso, las figuras que protagonizan los tangos son en general tipos con cierta edad. Pero los que escriben esas letras en los veinte y los treinta eran muy jóvenes. Tipos de veinticinco años.
–Por eso dicen lo que dicen, porque a los veinticinco piensan que un tipo de cuarenta ya no está para nada.
–Claro, ésa es la explicación de que a los cuarenta un hombre ya sea viejo. Que fuera muy joven quien hablara de él.
–“¿Qué vachaché?” de Enrique Santos Discépolo. “Dame puchero,/ guardate la decencia/ plata, plata y plata/ yo quiero vivir.”
–Era muy joven Discépolo cuando escribió esto, que muestra su descreimiento en la vigencia de los valores espirituales. El personaje, que él inventa allí, le está diciendo a otro que lo deje de embromar con las cosas del espíritu. Pero claro que no es Discépolo el que habla. Discépolo, siempre víctima de estas cosas, está justamente, del otro lado. ¿Quién sabe cuántas veces le dijeron a Discépolo –que siempre fue decente– “dame puchero, guardate la decencia”? El sujeto de enunciación no es él, sino una persona detestada por él. Canta: “Así es posible que morfés todos los días/ Tendrás amigos, y plata, nombre.../ lo que quieras vos/ El verdadero amor se ahogó en la sopa/ la panza es reina y el dinero es Dios”. El no quería esto. Y ésa fue su tragedia, haber tenido que toparse con toda esta gente. La del dinero y no la de la decencia.
–“Me da pena confesarlo” de Le Pera. “Nace el hombre en este mundo remanyao por el destino.”
–“Me da pena confesarlo, pero es triste, ¡que canejo!.” Y es verdad ¿no? Es la forma más divertida de enunciar el fatalismo. De decir todo está escrito, nuestro destino ya está marcado. “Remanyao por el destino.”
–No hay manera de escapar.
–Ya te conoce. Es una confirmación de fatalismo dicha del modo más atorrante. El destino ya te tiene bien fichado.
–¿Usted piensa que eso es verdad?
–Puede ser. Yo no sé. Borges decía: “Pero en las grietas está Dios que acecha”.
–¿Qué habrá querido decir con eso?
–Que siempre hay algo que puede cambiar.
–De “Arrabal amargo”, de Le Pera. “Todo todo se ilumina cuando ella vuelve a verte.”
–La mujer amada produce incluso efectos lumínicos. Los lugares cambian. Me acuerdo de un epitafio que señala Borges en El libro del cielo y el infierno que dice: “El paraíso estaba allí donde ella estaba”. Es exactamente esto. Todo, todo, se ilumina. El arrabal que está describiendo, pobre y miserable, se ilumina porque está ella. Pero no sólo los lugares geográficos, las circunstancias vitales de un hombre se iluminan cuando está la mujer amada. Yo creo que uno es del todo uno cuando es amado y sino es la mitad de uno.
–Y ahora Juan Gelman, “Mi Buenos Aires querido”. “Hay que aprender a resistir./ Ni a irse ni a quedarse,/ a resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido”.
–Es un gran poema del primer poeta argentino de hoy. Me alegra que me recuerde este tango que yo escuchaba en la voz del Tata Cedrón. Es un tango que multiplica su eficacia tomando un tango anterior. Hay una resignificación de aquel bellísimo tango de Gardel y una nueva visión desde dentro. Desde el padecimiento y la injusticia.
–De “Margo”, de Homero Espósito. “La vida puede más que la esperanza.”
–Esa es una frase muy poética.
–¿Verdadera? –Sí, verdadera. Poder más que la esperanza es destruirla y hacer que el cinismo venga a reemplazarla. Discépolo también lo dijo: “Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”. El tipo llegó a un punto tal que el presentimiento no deja nacer a la esperanza. Presiente que el amor durará poco, que el hastío está ahí nomás, acechando.
–¿En usted también la vida pudo más que la esperanza?
–No siempre, no, no. Me resisto al recelo, a la desconfianza. Prefiero creer. Insisto en creer.
–Claro que a veces.
–Sí, claro, a veces...
–Para terminar me gustaría que usted me dijera su frase. Aquella que hace temblar su corazón.
–“Dónde estaba Dios cuando te fuiste.”
–“Dónde estaba Dios que no te vio.”
–No preciso explicarle por qué me conmueve tanto, ¿no?
–Creo que usted podría figurar en el Guinness por su capacidad asociativa. Eso pienso cada vez que escucho cómo gira y se remonta hasta los más remotos lugares, a partir de una idea, a menudo muy simple. Usted puede, partiendo de una sopa de cebolla, llegar a la condena de Antígona. Sin salto, claro. Sino a través de un hábil, suave deslizamiento.
–Entonces... ¿qué me propone?
–Yo le digo una frase de un tango y usted me dice qué le recuerda, qué le sugiere.
–¿Y si no resulta?
–No estamos en el cine. Si no resulta no va. Empiezo. De Cadícamo, “A pan y agua”. “Cuántos años han pasado,/ parece que fue ayer,/ ¿dónde está la que amé,/ dónde está la que olvidé?”
–Sí...
–¿Hay muchas mujeres olvidadas en su vida?
–Yo no puedo olvidar nunca. Lo cual no quiere decir más que eso. La ausencia de olvido no necesariamente es amor. Sé que no olvido y sé que, a veces, no puedo completar mis ausencias. Es como si toda ausencia fuera para mí imperfecta. Nadie termina de irse del todo de mi vida.
–¿Eso es bueno?
–En algún caso puede ser bueno. Los afectos no mueren. Pero parece bueno de afuera. En general sería preferible –para no ingresar en los terrenos pantanosos de la locura– que algunas ausencias fueran perfectas.
–Perfectas como ausencias.
–Sí, perfectas, desapareció, no está. La ausencia imperfecta es la de los fantasmas que están aunque se han ido. Que se han ido pero aparecen. Para el hombre de sentimiento, el hombre que sabe amar, a veces, es indispensable que la ausencia sea perfecta.
–¿Y la otra parte? “¿A dónde estará la que amé?”
–Todos alguna vez nos preguntamos eso. Y no porque queramos saber en qué lugar, sino quién será. ¿Quién será ahora?
–¿Y con quién?
–No, con quién no. Esa sería una curiosidad burguesa.
–No tiene celos retrospectivos.
–No, no. “Dónde andará” quiere decir “qué estará pensando, quién será ahora”. Y, no siempre nos preguntamos esto sobre personas que están lejos. A veces la persona está ahí frente a nosotros.
–Sí, eso pasa.
–Uno se pregunta por qué territorios andará. Pero volviendo a Cadícamo. Lo que él se preguntó es quién es ahora.
–De Le Pera, “Recuerdo Malevo”. “Florido tiempo que añoro./ Por tu camino de olvido/ viajan visiones que lloro,/ sueño querido que te alejás”.
–Ese tango lo canta Gardel en un mediometraje tal vez perdido que se llamó La casa es seria. Fíjese “Por tus caminos de olvido/ viajan visiones que lloro”. Muchos autores en lugar de “viajar” dicen “viejas”. “Viejas visiones que lloro.” Le Pera era un poeta interesantísimo. Fíjese. “Camino de olvido”. La vida es un camino de olvido.
–¿Es?
–Sí, es algo fatal.
–¿Qué es fatal?
–Que no recordemos, no recordar lo que nos pasó es no terminar de saber quiénes somos. Quiénes hemos sido.
–La vida entonces, es un camino de olvido.
–Sí. La mía, la suya, la de todos. Pero no es ese acierto de la metáfora lo que más me emociona. Lo que realmente me conmueve es la manera que Le Pera encontró para expresarla. Esto me produce un fuerte goce estético. La gente suele creer que las novelas emocionan cuando alprotagonista le pasa lo mismo que a uno o cuando el carácter de tal o cual personaje es semejante al propio. Cuando una novela o un poema nos gusta, es porque nos produce un goce estético. Y lo que nos produce el goce estético es la manera como algo fue expresado.
–Veamos “Sueño de barrilete”, de Eladia Blázquez. “En amores sólo tuve decepción./ Regalé por no vender mi corazón”. ¡Pobre Eladia! Seguramente este no es su caso. Forman legión las mujeres dispuestas a recibir su corazón.
–No, claro que no. A mí no me pasó. La verdad que en amores tuve muchas alegrías. Muchas más de las que he merecido.
–¿Cómo sabe cuánto merece?
–Aunque hubiera merecido mucho, las mujeres que hubo en mi vida fueron estupendas, extraordinarias todas. Lo que no me parece adecuado es la palabra decepción. En cuanto a mí... no he tenido decepciones. Tristeza sí. Uno entra en la tristeza porque una mujer ya no lo quiere. No lo quiere más y se aleja. Sin que juegue ahí la decepción. Decepción sería desayunarse uno con verdades que ignoraba. “Mirá, nunca te quise.” A mí me quisieron y cuando no me quisieron se fueron.
–¿Y cuando fue usted el que dejó de querer?, porque esta historia de que fue siempre la otra parte quien dejó de querer...
–Sí, sí, alguna vez yo dejé de querer.
–¿Aquí qué pasó con la otra parte? ¿Se fue?
–A veces no.
–Ah, eso sí que puede ser un problema. Usted dejó de querer pero la otra parte todavía quiere y cree que su amor volverá.
–Así pasó alguna vez. Así mismo.
–Mmm... Pasemos a Manzi y “Una taza de café”. “La tarde está muriendo detrás de la vidriera/ y pienso mientras tomo una taza de café.”
–Ya no existe esa clase de melancolía, me parece. Ha dado paso a otro sentimiento...
–¿Más amargo?
–Más sombrío, porque las grandes ciudades no dan tiempo a esa meditación solitaria del hombre que detrás de una vidriera contempla cómo muere la tarde. Casi nunca estamos solos. La presión de los acontecimientos es vulgar y brutal. Esa noble melancolía del hombre que veía morir la tarde detrás de una vidriera, y en eso veía tal vez, una alegoría de su propio fin, de lo pasajero de la vida...
–Usted piensa que ésta es una imagen del pasado.
–Sí, esta imagen de Manzi creo que pertenece al pasado. Ese hombre que piensa junto a la vidriera a partir de la caída de la tarde ha sido barrida por este otro hombre atropellado, agredido, condenado a vivir entre muchedumbres. La tristeza de este hombre es mucho más sombría, más amarga que la del hombre que en la soledad de un bar se preguntaba cuál era el sentido de la vida y qué habíamos venido a hacer a este mundo.
–Vayamos a “Volver”, de Le Pera. “Y aunque no quise el regreso,/ siempre se vuelve al primer amor.”
–Esto es hermoso ¿no? La prueba es que ya forma parte de nuestro lenguaje cotidiano.
–¿De qué manera se vuelve? ¿Uno sale a buscarlo?
–No, no, claro que no. Volver en el pensamiento, en el alma. Con cierta fidelidad cósmica que uno tiene por sus primeros amores, así como a sus grandes amores. Hay figuras amorosas que uno no consigue arrancar de la cabeza. Uno vuelve una y otra vez a pensar en ellas, con regresos involuntarios.
–De “Anclao en París”, de Cadícamo. “Lejano Buenos Aires,/ ¡qué lindo que has de estar!”
Dolina ríe con ganas. –Ese es un tango muy eficaz, cuando uno lo escucha fuera de Buenos Aires. Sí, sí, muy eficaz. Yo lo he escuchado lejos y me ha producido una gran emoción. Muchísima emoción. Pero... Esté segura de que Cadícamo lo escribió lejos de Buenos Aires. Allá las palabras seguramente le sonaron mucho más certeras de lo que le sonaron al regreso. Desde París, Buenos Aires aparece inalcanzable y ¡tanto mejor!
–Y ahora una de esas letras del pasado remoto. De Manuel Romero en el tango que llamó “Buenos Aires”: “Y a la salida de la milonga/ se oye una nena pidiendo pan”.
–Sí, tiene razón que es un tango de antes, que además suena a tango muy viejo. Sin embargo ¿cuál es la diferencia con lo que pasa ahora? Los chicos pidiendo están en todas partes. No sólo a la salida de la milonga. A la entrada, en el camino a la milonga, en los semáforos que nos agarran rumbo a la milonga. A la vuelta de la milonga. Siempre nos vamos a cruzar con chicos pidiendo. No ha envejecido ese tango porque tristemente la historia argentina se ha repetido.
–Yo creo que se ha agravado.
–No sé... ese tango debe ser del treinta, una década dura. Aunque no... es anterior. Tiene razón, se ha agravado.
–Y ahora otro tango sobre Buenos Aires. Me impresiona mucho el amor de los argentinos por Buenos Aires.
–No sé. Mejor que no me haga caso, pero me parece que ese amor está más en los tangos que en la vida cotidiana.
–¿Sí?
–No importa, ésta es una observación cínica. ¿Cuál es el tango?
–Cantata a Buenos Aires de Chico Novarro. “¿Cómo no hablar de Buenos Aires/ si es una forma de saber quién soy?”
–No, no comparto. No soy tan optimista. No comparto, dé vuelta la hoja.
–¡Y ahora...! de Alejandro Dolina: “Fantasmas de Belgrano”.
–No, no, yo era un chico. ¡No!
–“Era un fantasma que rodaba por Belgrano/ por esas calles/ de contramano... Que se robaba las neblinas del otoño./ Para ponerlas de alfombra en su bulín.”
–No, no, no. Yo era muy chico, y tan inepto como ahora. Así que no, no. Sin comentarios. No coments.
–“Sur”, de Homero Manzi. “Ya nunca me verás/ como me vieras/, recostado en la vidriera/, esperándote.”
–Después de un largo silencio. Esa es una imagen que cómo
desearía vivir de nuevo. Porque, en ciertos momentos de la vida, hasta las esperas son distintas. Uno hoy se cita de un modo diferente con las damas. Quienes suelen venir hoy con mayor puntualidad de lo que hacían en aquella juventud, de esperas dudosas, junto a la vidriera. Había una ansiedad...
–¿Usted sentía eso?
–Había una ansiedad que yo he perdido.
–¿La perdió y la añora?
–Sí, ha sido reemplazada por cierto cinismo. A mí me gustaría, a veces, sentir otra vez esa extraña e ingrata ansiedad. Sentir aquella dolorosa duda, “¿Vendrá?”, en lugar de esta certeza que hoy tengo.
–No se asombre de que la próxima dama –leída esta nota– lo deje esperando.
Dolina sonríe.
–Se ríe porque piensa que, a pesar de todo, no lo dejarán esperando.
–Nooo, ¿qué está diciendo? No soy tan seguro.
–Veamos este clásico de Homero Espósito, “Tristezas de la calle Corrientes”: “Triste sí.../ por ser nuestra/ tu alegría es tristeza/ y el dolor de la espera/ te atraviesa”.
–Esto es extraordinario porque descubre el valor que tiene, para el arte argentino, la tristeza. “Triste por ser nuestra.” Pero, además, esamezcla de alegría en la tristeza es otro acierto poético porque en la tristeza puede haber un cierto goce. No es que uno se complazca en el padecimiento. Pero no toda dicha está relacionada con la farra, con el baile, con la risa. Hay goces que son melancólicos. Pensemos en alguno de los grandes de la literatura. Leemos Crimen y castigo y sentimos un goce. Un goce que está vinculado con la tristeza, no con la alegría. La tristeza muchas veces ennoblece. Y, desde luego, que ambas, tristezas y alegrías, están mezcladas de un modo misterioso. Entonces ese párrafo del tango me parece sabio, muy sabio. Un pensamiento que subraya aquella acusación que se hace tantas veces al tango, de usar y abusar de la tristeza.
–Edgar Allan Poe decía que la melancolía es el tono poético más legítimo de todos.
–La poesía, la gran poesía al menos se basa no en lo que uno tiene, sino en lo que uno no tiene. La melancolía viene detrás de la ausencia. Se canta lo que no hay. Es muy raro encontrar un gran arte satisfecho.
–Nadie recordaría a Dante si solo hubiera escrito “El Paraíso”.
–La gloria de La Comedia es El Infierno.
–Pasemos a Celedonio Flores y “Margot”. “...no fue un guapo haragán y prepotente/ ni un cafisho veterano el que al vicio te largó/ vos rodaste por tu culpa/ y no fue inocentemente”.
–Es gracioso esto de Celedonio, de negar esa superstición popular, conforme a la cual detrás de cada prostituta, de cada linyera, hay una fuerza externa que los precipitó en el vicio. No, no fue nada que viniera de afuera, le gustaba. Hay una película de Nicolás Cage, no muy buena, en que al final el tipo se pelea con un asesino serial, el cual le dice: “Mire yo no tuve una madre que me castigaba, no fui violado. Fui bien criado, bien educado, me mandaron a un buen colegio. Hago esto porque me gusta a mí. No fui empujado. Yo soy así, soy asesino porque me gusta”. Cuando vi esa película me acordé del tango “Margot”.
–Y ahora “Malena”. Malena de Homero Manzi no podía faltar, Malena, que “tiene pena de bandoneón”.
–Mire qué curioso. A mí me contó Héctor Stamponi que Lucio Demare, el autor de la música, no creía mucho en ese tango. Y que se lo mostró una vez y le dijo “¿le gusta?”. “Sí, me gusta mucho”, dijo Stamponi. “A mí me parece medio pavo”, dijo Demare. Y bueno, ya ve, es un lindísimo tango.
–Y ahora un tango que habla de la “modestia” del hombre argentino. Madame Ivonne, de Enrique Cadícamo. “...un día llegó un argentino/ y a la francesita la hizo suspirar”.
–Trata no sólo de la “modestia”, sino también del sueño de todo argentino.
–Traerse una francesita que lo mantuviera.
–Por supuesto. Malos sueños argentinos. Un cafiolo es siempre un tipo execrable, así sea todo un personaje en la mitología tanguera.
–Hay un verso de “La casita de mis viejos”, de Enrique Cadícamo, que siempre me causó mucha gracia. “Las mujeres siempre son las que matan la ilusión.” ¿Somos?
–No, no. No es así. Las mujeres siempre son quienes las despiertan.
–No sea salamero con las argentinas.
–No, no es eso. No estuvo inspirado Enrique Cadícamo en este verso. La ilusión muere de muchas maneras. La vida es más compleja que eso.
–¿En qué estaría pensando Cadícamo cuando dijo esto?
–Imposible imaginarlo. Es una frase de peluquería, indigna de un gran poeta. Por otra parte, la letra de “La casita de mis viejos” tampoco es buena.
–“Acqueforte”, de Marambio Catán.
–Dolina canta: “Cuarenta años de vida me encadenan/ blanca la testa, viejo el corazón”. ¡Cuántos años!, un pibe. Si yo empecé a salir a los cuarenta años. Y éste ya con el pelo blanco. Vuelve a cantar: “Hoy puedoya mirar con mucha pena/ lo que otros años miré con devoción/ las pobres milongas/ dopadas de besos/ me miran extrañas/ con curiosidad/ ya no me conocen:/ estoy solo y viejo/ no hay luz en mis ojos:/ la vida se va...”
Hay algo curioso, las figuras que protagonizan los tangos son en general tipos con cierta edad. Pero los que escriben esas letras en los veinte y los treinta eran muy jóvenes. Tipos de veinticinco años.
–Por eso dicen lo que dicen, porque a los veinticinco piensan que un tipo de cuarenta ya no está para nada.
–Claro, ésa es la explicación de que a los cuarenta un hombre ya sea viejo. Que fuera muy joven quien hablara de él.
–“¿Qué vachaché?” de Enrique Santos Discépolo. “Dame puchero,/ guardate la decencia/ plata, plata y plata/ yo quiero vivir.”
–Era muy joven Discépolo cuando escribió esto, que muestra su descreimiento en la vigencia de los valores espirituales. El personaje, que él inventa allí, le está diciendo a otro que lo deje de embromar con las cosas del espíritu. Pero claro que no es Discépolo el que habla. Discépolo, siempre víctima de estas cosas, está justamente, del otro lado. ¿Quién sabe cuántas veces le dijeron a Discépolo –que siempre fue decente– “dame puchero, guardate la decencia”? El sujeto de enunciación no es él, sino una persona detestada por él. Canta: “Así es posible que morfés todos los días/ Tendrás amigos, y plata, nombre.../ lo que quieras vos/ El verdadero amor se ahogó en la sopa/ la panza es reina y el dinero es Dios”. El no quería esto. Y ésa fue su tragedia, haber tenido que toparse con toda esta gente. La del dinero y no la de la decencia.
–“Me da pena confesarlo” de Le Pera. “Nace el hombre en este mundo remanyao por el destino.”
–“Me da pena confesarlo, pero es triste, ¡que canejo!.” Y es verdad ¿no? Es la forma más divertida de enunciar el fatalismo. De decir todo está escrito, nuestro destino ya está marcado. “Remanyao por el destino.”
–No hay manera de escapar.
–Ya te conoce. Es una confirmación de fatalismo dicha del modo más atorrante. El destino ya te tiene bien fichado.
–¿Usted piensa que eso es verdad?
–Puede ser. Yo no sé. Borges decía: “Pero en las grietas está Dios que acecha”.
–¿Qué habrá querido decir con eso?
–Que siempre hay algo que puede cambiar.
–De “Arrabal amargo”, de Le Pera. “Todo todo se ilumina cuando ella vuelve a verte.”
–La mujer amada produce incluso efectos lumínicos. Los lugares cambian. Me acuerdo de un epitafio que señala Borges en El libro del cielo y el infierno que dice: “El paraíso estaba allí donde ella estaba”. Es exactamente esto. Todo, todo, se ilumina. El arrabal que está describiendo, pobre y miserable, se ilumina porque está ella. Pero no sólo los lugares geográficos, las circunstancias vitales de un hombre se iluminan cuando está la mujer amada. Yo creo que uno es del todo uno cuando es amado y sino es la mitad de uno.
–Y ahora Juan Gelman, “Mi Buenos Aires querido”. “Hay que aprender a resistir./ Ni a irse ni a quedarse,/ a resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido”.
–Es un gran poema del primer poeta argentino de hoy. Me alegra que me recuerde este tango que yo escuchaba en la voz del Tata Cedrón. Es un tango que multiplica su eficacia tomando un tango anterior. Hay una resignificación de aquel bellísimo tango de Gardel y una nueva visión desde dentro. Desde el padecimiento y la injusticia.
–De “Margo”, de Homero Espósito. “La vida puede más que la esperanza.”
–Esa es una frase muy poética.
–¿Verdadera? –Sí, verdadera. Poder más que la esperanza es destruirla y hacer que el cinismo venga a reemplazarla. Discépolo también lo dijo: “Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir”. El tipo llegó a un punto tal que el presentimiento no deja nacer a la esperanza. Presiente que el amor durará poco, que el hastío está ahí nomás, acechando.
–¿En usted también la vida pudo más que la esperanza?
–No siempre, no, no. Me resisto al recelo, a la desconfianza. Prefiero creer. Insisto en creer.
–Claro que a veces.
–Sí, claro, a veces...
–Para terminar me gustaría que usted me dijera su frase. Aquella que hace temblar su corazón.
–“Dónde estaba Dios cuando te fuiste.”
–“Dónde estaba Dios que no te vio.”
–No preciso explicarle por qué me conmueve tanto, ¿no?
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